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La condición humana: C. IV

CAPÍTULO IV: EL TRABAJO

  1. El carácter duradero del mundo

El trabajo de nuestras manos fabrica cosas cuya suma total constituye el artificio humano. Son objetos de uso que tienen un carácter durable (el mínimo para que se consideren propiedades con valor). Por su uso no desaparecen y “dan estabilidad y solidez al artificio humano” (159). Esa estabilidad no es absoluta porque su uso, aunque no lo consuma, al final lo agota y, finalmente, el mundo en su proceso natural lo recoge. La silla volverá a ser madera y la madera se deshará.

Es decir, las cosas fabricadas tienen un carácter duradero, tienen cierta independencia del hombre que lo ha producido y usado y esto es su “objetividad” por la que perduran y resisten: “Contra la subjetividad de los hombres se levanta la objetividad del mundo hecho por el hombre” (158).

El uso y el consumo en sus fronteras parecen confundirse, identificarse. Por ejemplo en los objetos de indumentaria el uso puede ser considerado como el consumo a paso lento. Lo mismo pasa con la labor y el trabajo. La labor de la tierra, su cultivo, parece ser un estupendo ejemplo de labor convirtiéndose en trabajo. Sin embargo, la diferencia está clara: la tierra cultivada no es un objeto de uso. En el objeto de uso hay reificación.

  1. Reificación

El trabajo del homo faber, la fabricación, consiste en la reificación. El trabajo supone siempre la destrucción de la naturaleza pues implica interrumpir o matar un proceso natural (extraer la madera del árbol o minerales de la Tierra). Mientras que el homo laborans es un siervo de la Tierra, el faber se comporta como “señor y amo de toda la Tierra” (160).

Esta experiencia de destrucción es la primera experiencia violenta que puede “proporcionar seguridad y satisfacción, incluso convertirse en fuente de autoconfianza” (161). “El verdadero trabajo de fabricación se realiza bajo la guía de un modelo, de acuerdo con el cual se construye el objeto” (161). A partir del modelo hay una multiplicación. La multiplicación es distinta a la repetición, característica de la labor.

El proceso de fabricación está en sí mismo determinado enteramente por las categorías de medios y fin. El proceso termina en el producto y es un medio para obtener ese fin. La labor carece de principio y fin, se repite continuamente; el trabajo tiene un comienzo definido y un fin “predictible”; la acción, aunque pueda tener definido el principio, no es predictible su final. Lo que se ha fabricado se puede destruir.

LABOR

TRABAJO

ACCIÓN

SIERVO DE LA TIERRA

(SUJETO A LA NECESIDAD)

AMO Y SEÑOR

(LIBRE DE PRODUCIR Y DESTRUIR)


REPETICIÓN DE LA TAREA

MULTIPLICACIÓN DEL PRODUCTO


SIN PRINCPIO NI FINAL

COMIENZO DEFINIDO Y FIN PREDECIBLE

COMIENZO DEFINIDO Y FIN IMPREDECIBLE



  1. Instrumentalidad y animal laborans

El hombre puede definirse como un “fabricante de útiles” (Franklin). Los útiles o instrumentos son diseñados, inventados y fabricados por el homo faber. Ahora bien, para el laborante los útiles “asumen algo más que un simple carácter instrumental de función” (164). Para el laborante la distinción entre medios-fines no tiene sentido (porque se produce para consumir) y por eso los instrumentos que inventó el homo faber pierden su carácter instrumental. Esa distinción queda reemplazada por “la unificación rítmica del cuerpo laborante con su utensilio en la que el movimiento del propio laborar actúa como fuerza unificadora” (165). Esa distinción se hace borrosa. Predomina el proceso, no el esfuerzo ni el producto.

Ahora, desde la revolución industrial, la labor se realiza por medio de maquinaria. Las máquinas se han convertido en una condición inalienable de nuestra existencia como lo fueron los útiles e instrumentos. A diferencia de los útiles, las “máquinas exigen que el trabajador las sirva a ellas, que ajuste el ritmo natural de su cuerpo a su movimiento mecánico” (166). Eso quiere decir que el hombre se convierte en un servidor de sus máquinas y, además, que hay una mecanización (“el proceso mecánico ha reemplazado al ritmo del cuerpo humano”) (166).

Recuerda las etapas de la industrialización: primera: la máquina de vapor. Ahí todavía los útiles-máquina reflejan esa imitación de procesos naturales; segunda, la electricidad. Ya no es ampliación de las viejas artes y oficios. Además se añade la cadena de arrastre y montaje. Es la automatización “que seguirá siendo el punto culminante del progreso moderno” (168). “Llamamos automáticos a todos los movimientos que se mueven por sí mismos… En la producción introducida por la automatización, la distinción entre operación y producto, lo mismo que la procedencia del producto sobre la operación (que solo es el medio para producir el fin), carecen de sentido y se han vuelto anticuadas” (169).

Se crearon los instrumentos para crear un mundo que ayude al proceso de la vida humana. No se trata de saber si somos esclavos de las máquinas, sino saber si las máquinas “aún sirven al mundo y a sus cosas, o si, por el contrario, dichas máquinas y el movimiento automático de sus procesos han comenzado a dominar e incluso destruir el mundo y las cosas" (170). La automatización de la fabricación suprime la dependencia del diseño humano en la fabricación de las cosas. Se diseñan objetos pensando en la máquina. “El producto mismo depende por completo de la capacidad de la máquina”. Incluso el fin más general de la fabricación que sería la liberación de la mano de obra, “se considera ahora un objetivo secundario y obsoleto” (170).

En este mundo de máquinas, la máquina ocupa el lugar que ocupó antes la naturaleza: “el mundo de las máquinas se ha convertido en un sustituto del mundo real” (171). La tecnología es nuestra segunda naturaleza. Se contempla no “como un producto del esfuerzo humano, sino como el desarrollo biológico de la humanidad” (170).

  1. Instrumentalidad y homo faber

Todo el trabajo del homo faber persigue la realización del instrumento útil. Aquí, el fin justifica los medios porque el fin guía y organiza la producción. Reina la utilidad necesaria para obtener el fin deseado. Por ejemplo la fabricación de una silla. Ahora bien, el producto, a su vez, es un medio; “la silla, que es el fin del trabajo del carpintero, sólo puede mostrar su utilidad pasando de nuevo a ser medio” (172), bien como bien de uso o de cambio.

El problema de una sociedad completamente utilitarista o el significado total de la utilidad sale fuera de la cadena de utilidad: “la perplejidad del utilitarismo radica en que éste se encuentra atrapado en una interminable cadena de medios y fines sin llegar a algún principio que pueda justificar la categoría de medios y fin, esto es, de la propia utilidad” (172). El homo faber, igual que el animal laborans, son incapaces de entender el significado de su tarea en conjunto, o “la significación de este mundo”: “El homo faber, en la medida en que no es más que un fabricante y sólo piensa en términos de medios y fines que surgen directamente de su actividad de trabajo, es tan incapaz de entender el significado como el animal laborans de entender la instrumentalidad” (173).

La única forma de salir de esa falta de significación es acudir a la subjetividad del propio uso que se encuentra en la fórmula kantiana de que ningún hombre debe convertirse en medio: “El hombre en la medida en que es homo faber instrumentaliza y su instrumentalización implica una degradación de todas las cosas en medios” (175).

Termina señalando la crítica de Platón a Protágoras, que parece un antiguo precursor de Kant, que consistía en que no es el hombre la medida de todas las cosas, sino "el dios es la medida de los simples objetos de uso” (177).

  1. El mercado de cambio

La Edad Moderna ha intentado excluir de la esfera pública al hombre político, del mismo modo que en la antigüedad lo hizo con el homo faber. La plaza pública no era un bazar donde los artesanos exhibían y cambiaban sus productos, sino un ágora, un lugar de reunión de los ciudadanos.

Si el animal laborans es incapaz de habitar la esfera pública; el homo faber, por el contrario, está plenamente capacitado para tener una esfera pública, aunque no sea una esfera política propiamente hablando (178). Su esfera pública es el mercado de cambio, donde se pueden mostrar los productos. Es ahí donde se relaciona con los demás.

El trabajo es solitario, aislado de la sociedad, pero, una vez realizado, se necesita el mercado. Está claro que al mercado no van los fabricantes y los que van no se congregan como personas, “sino como dueños de artículos de primera necesidad y valores de cambio” (180). Aquí es donde se produce la autoalienación marxiana: en esa sociedad donde la principal actividad pública es el cambio de productos, los laborantes que no son propietarios tienen que vender su fuerza de trabajo o “fuerza de labor” y ahí es donde se produce la alienación o degradación de las personas que se consideran como productores, no como personas.

En la sociedad laborante las personas se juzgan por la posición que ocupan en el proceso de la labor; en la sociedad fabricante, la fuerza de la labor es solo un medio para producir el fin: el objeto fabricado.

En la sociedad comercial o capitalismo en sus primeras etapas, el homo faber sale de su aislamiento y establece el mercado de cambio donde aparece como mercader y comercial. En ese momento se producen objetos no para el uso, sino para el mercado; esto es, objetos de cambio. Se produce para almacenar con destino a un futuro cambio. Aquí aparece la distinción entre el valor de uso y el valor de cambio. El valor de uso es al fabricante como el valor de cambio al comercial.

VALOR DE USO

FABRICANTE Y MANUFACTURERO

VALOR DE CAMBIO

COMERCIAL Y MERCADER

Solo en el mercado de cambio todas las cosas se convierten en “valores”. “Ni la labor, el trabajo, el capital, el beneficio o el material conceden tal valor a un objeto, sino solo y exclusivamente la esfera pública donde aparece para ser estimado, solicitado o despreciado” (182). Una cosa es el valor comercial y otra el valor natural de algo que es la cualidad propia de la cosa.

VALOR COMERCIAL

Valor que la cosa adquiere en cuanto aparece en público. No hay valor absoluto

VALOR NATURAL

Objetiva cualidad de la cosa. Valor intrínseco.

En definitiva, en una sociedad comercial “el mercado de cambio es el lugar público más importante y, por tanto, toda cosa pasa a ser un valor comerciable, un artículo de consumo” (182).

La cuestión es que en una sociedad así, en una sociedad comercial, no hay valor absoluto y el homo faber “no podía soportar la pérdida de modelos o patrones “absolutos”. La relatividad del mercado surge del mundo del artesanado y se desarrolla el mercado de cambio a partir de la Fabricación y el mundo del artesanado. En la Epoca moderna la utilidad gobierna el mundo y rige la actividad mediante la cual todas las cosas cobran existencia (184).

  1. La permanencia del mundo y la obra de arte

Hay ciertos objetos que escapan a la utilidad, son únicos, no son intercambiables y, por tanto, si entran en el mercado su precio es arbitrario: son las obras de arte. Tienen un carácter de permanencia a lo largo del tiempo; dan estabilidad al mundo, porque no son usados.

OBRA DE ARTE

OBJETOS DE CAMBIO

COSAS DE USO

CAPACIDAD DE PENSAR (SENTIMIENTOS, EXIGENCIAS, NECESIDADES)

TENDENCIA AL INTERCAMBIO

HABILILDAD PARA USAR



El origen de la obra de arte es “la capacidad humana para pensar”. El pensamiento está relacionado con el sentimiento. El arte transforma en cosas, la obra, todo esto. Esta “reificación es más que simple transformación; es transfiguración… Las obras de arte son cosas del pensamiento, pero esto no impide que sean cosas” (186).

Toda obra de arte tiene ese carácter de cosa, de materialidad. La música y la poesía son las menos materiales de las artes “debido a que su material está formado por sonidos y palabras, la reificación y elaboración se mantienen al mínimo” (186). No ocurre así con la pintura, la escultura y la arquitectura. La poesía “es la más humana y menos mundana de las artes” (187) porque el producto final está más cerca del pensamiento. La durabilidad del poema dependerá muy mucho de que pueda recordarse.

No es lo mismo el pensamiento que la cognición. Esta última es la madre de las ciencias. Persigue un objetivo, puede establecerse por algo práctico o por curiosidad, pero cuando se alcanza el objetivo, finaliza. El pensamiento, sin embargo, carece de objetivo al margen de sí mismo. En este sentido es “inútil”, tanto como las obras de arte que inspira. Es una actividad, la de pensar, tan infinita como la vida misma y su significado es tan enigmático y tan irresoluble como la misma vida. Ambos, cognición y pensamiento no son lo mismo que razonamiento lógico, aquel que se dedica a deducir siguiendo las leyes de la lógica. Las máquinas son más inteligentes que los seres humanos, en el sentido de más veloces. Pero esto demuestra que la racionalidad, no es como pensaba Hobbes, “la más elevada y humana de las capacidades del hombre” (189), sino más bien que los filósofos vitalistas estaban en lo cierto cuando veían a la razón al servicio de la vida, o, como decía Hume, “esclava de la pasión”.

PENSAMIENTO

COGNICIÓN

ORIGEN DE LA OBRA DE ARTE.

SE MANIFIESTA EN LA FILOSOFÍA SIN TRANSFORMACIÓN

OPERACIÓN POR LA CUAL ADQUIRIMOS CONOCIMIENTO: LAS CIENCIAS

CARECE DE FIN. ES INÚTIL

PROCESO CON PRINCIPIO Y FIN, CUYA UTILIDAD PUEDE COMPROBARSE

ACTIVIDAD IMPLACABLE Y REPETIDA COMO LA VIDA MISMA

PERSIGUE UN OBJETIVO DEFINIDO. FINALIZA CUANDO LO ALCANZA



Todo objeto, no sólo la obra de arte, no puede evitarse que sea hermoso, feo o mezcla de ambos. “Todo lo que existe ha de tener una apariencia… de ahí que no haya ninguna cosa que no trascienda de algún modo su uso funcional, y su transcendencia, su belleza o fealdad, se identifica con su aparición pública y el que se la vea” (190).

El homo faber fabrica cosas que constituyen un mundo que perdurará a los mortales y que será su hogar. También la vida del hombre se manifiesta en la acción y el discurso, no solo en la producción y en la labor. Acción y discurso que no trascenderán. El animal laborans necesita al homo faber para facilitar su labor y esfuerzo. La vida política, la acción y el discurso, necesita también del homo faber “en su más elevada capacidad; esto es, la ayuda del artista, de poetas e historiógrafos, de constructores de monumentos o de escritores, ya que sin ellos el único producto de su actividad, la historia que establecen y cuentan, no sobreviviría” (191).

No es necesario elegir entre Platón y Protágoras, entre un dios y el hombre como la medida de todas las cosas. Lo importante es que la medida no puede ser ni la labor, la apremiante necesidad biológica, ni el instrumentalismo utilitario de la fabricación y el uso.