Resumen Cap.V: La Socialdemocracia y la Política
EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD (Antoni Domènech)
Capítulo V: La Socialdemocracia y la Política
(resumen por Mayec Rancel)
23. Socialismo, Liberalismo Radical y Constitución de los Mercados
A pesar de articular una visión de la "apropiación común" de los medios de producción, el socialismo de Marx y Engels no planteó los problemas de la interdependencia económica entre las unidades de producción en un sistema socialista. Los socialistas marxistas de los años treinta intentaron compensar esta omisión recurriendo a modelos neoclásicos de equilibrio general y competición perfecta para plantear la idea de un “socialismo de mercado”.
Estos modelos podían satisfacer necesidades de coherencia normativa, pero no tanto las necesidades prácticas o analítico-descriptivas. Estos modelos suponían unos mercados de competición pura y “apolítica” basada en precios, no mercados de competición oligopólica imperfecta, y de todo punto política, donde la competición se basa de forma creciente en otros aspectos como: dominio de mercados, innovaciones tecnológicas, abaratamiento de costos, concesiones estatales que afianzan monopolios privados, etc.
Mientras los liberales británicos debatían entre desmantelar monopolios o nacionalizarlos, los socialistas se enfrentaban a preguntas sobre el comportamiento de las cooperativas y sus relaciones con las empresas capitalistas tradicionales.
Frente al capitalismo industrial, Marx había previsto la dinámica de concentración económica, pero no la consiguiente dominación política de pequeños capitalistas por “caudillos” oligopólicos. No llegó a ver la refeudalización de la vida social y económica traida por la aparición de gigantescos imperios privados capaces de desafiar el derecho de las Repúblicas, de manipular a las clases medias, y dispuestos a reconstruir amplias zonas de “privilegio”.
La transformación de la sociedad civil burguesa no fue un proceso pasajero, sino una realidad duradera. Las clases medias, tanto las tradicionales, permanentemente amenazadas y dominadas, como las nuevas (producto de la división del trabajo) perduraron en el nuevo marco socioeconómico.
El marxismo ortodoxo socialdemócrata lo ignoró, y se aferró a la idea de la concentración de la propiedad como el motor principal de la polarización social y el crecimiento del proletariado. Unos (Rosa Luxemburg) defendían el reforzar a la primera activamente, mientras
otros (Kautsky) insistían en esperar pacientemente a que el capitalismo industrial cumpliera con su cometido histórico expropiador, para luego proceder a “expropiar a los expropiadores”.
La insistencia de Bernstein sobre la necesidad de acuerdos políticos con los partidos pequeñoburgueses topó con dos obstáculos. Primero con una resistencia dogmática por el centro marxista del partido. Y también con el rechazo de la derecha sindical socialdemócrata, acostumbrada ya a separar completamente lucha “política” y lucha “sindical”. Los sindicatos socialdemócratas se habían habituado a negociar directamente con las grandes organizaciones patronales, que en posición de ventaja en el mercado como dictadores de precios, podían aceptar con facilidad incrementos salariales.
La opinión pública alemana comenzó a ver a los sindicatos socialdemócratas como organizaciones a su vez oligopólicas, ya que su monopolio sobre la oferta de trabajo les permitía dictar precios. Y para buena parte de esa opinión, los parlamentarios socialdemócratas no eran sino “políticos” que amañaban en el Reichstag a favor de los intereses sindicales, igual que los parlamentarios nacional-liberales lo hacían a favor de la gran industria, o los conservadores a favor de los terratenientes. Esto dañaba las posibilidades de un acuerdo con las fuerzas políticas pequeñoburguesas, y alimentaba la peligrosa semilla del nacionalismo imperialista.
En una frase: El marxismo ortodoxo socialdemócrata fue incapaz de predecir, analizar y hacer frente a las realidades de los mercados oligopólicos imperfectos que caracterizaron al gran capitalismo industrial del comienzo del s.XX. |
24. Internacionalismo y Nacionalismo
La resolución aprobada en el V Congreso de la II Internacional (1900) reconoce el derecho de los "civilizados" a establecerse en países "inferiores", al tiempo que condena el sistema colonial capitalista. Esto refleja la postura ambigua del centro socialdemócrata, que combina un “pseudorrealismo acomodaticio” con un “verbalismo revolucionario”.
En Italia, la derecha socialdemócrata apoya la aventura colonial en Libia a cambio de una ampliación del censo electoral. Esta decisión provoca la indignación de las bases socialistas y la expulsión de sus dirigentes Bissolati y Bonomi, quienes forman un nuevo partido, que logra arrastrar a 17 de los 24 parlamentarios socialistas. Esto demuestra la distancia entre los parlamentarios socialdemócratas y sus bases sociales.
Se exponen tres razones por las que el modelo de desarrollo europeo no es replicable en los países "atrasados":
- La fuerza de la clase obrera en algunos enclaves, debido a la inversión extranjera, inhibe los alardes revolucionarios de las burguesías nacionales.
- Las grandes propiedades agrarias están penetradas por el capital, lo que dificulta una revolución “burguesa” en el campo.
- La competición entre los grandes capitalistas industriales, y los gobiernos ligados a ellos, impide el desarrollo de una industria sólida en los países "de inferior desarrollo".
La condena de la Revolución Mexicana por parte del secretario general de la II Internacional socialdemócrata, a la cual se suma el Partidos Socialista de Uruguay, evidencia su eurocentrismo e incapacidad para comprender las luchas antiimperialistas.
El primer programa marxista de un partido obrero no fue el de Erfurt (1891), sino el que Marx redactó en 1881 para un el congreso del Partido Socialista Obrero francés. Este programa, consciente de la pervivencia de la pequeña propiedad en Francia, presenta el socialismo como una forma de universalizar la libertad republicana. Se reproduce un extracto del programa de Marx de 1881, donde se defiende la emancipación de todos los seres humanos y la posesión colectiva de los medios de producción.
Tanto la política nacional como internacional de la socialdemocracia de comienzos del siglo XX se caracterizaban por una obsesión "obrerista": En el plano nacional, sobrevalora la gran industria y sus efectos civilizadores, subestimando los intereses e inquietudes de los viejos estratos medios amenazados por ella. En el plano internacional,sobrevalora los efectos civilizadores del capitalismo en los pueblos "inferiores", subestimando su potencial destructivo.
Las clases medias europeas estaban amenazadas por la coalición entre la gran burguesía industrial y los terratenientes. Se mencionan ejemplos de estas coaliciones en Alemania, España, Gran Bretaña, Italia y Francia.
Los pueblos "inferiores" también estaban amenazados por la dinámica expropiadora del capitalismo granindustrial sostenido políticamente desde las metrópolis, imperante sobre todo en las monarquías europeas.
La incapacidad de la socialdemocracia para articular una política internacionalista, que reuniera en un programa de esperanza a las clases medias europeas tradicionales con los pueblos no industrializados de la tierra, facilitó la manipulación ultranacionalista, militarista y proimperialista de las opiniones públicas europeas.
En resumen: La visión eurocéntrica y doctrinaria del desarrollo por parte de la socialdemocracia europea, provocó su incapacidad para articular una política internacionalista coherente y emancipadora, que reconociera tanto las necesidades de las clases medias europeas como las de los pueblos no industrializados y explotados por las estructuras coloniales. Esto la distanció de las clases medias europeas, dejándolas a merced de la manipulación nacionalista, militarista e imperialista. |
25. La Fortaleza Socialdemócrata y la Sociedad del Futuro
Mientras la derecha sindical se centraba en sus afianzados métodos pragmáticos, Bernstein buscaba el apoyo de las clases medias y la izquierda, representada por Rosa Luxemburg, aspiraba a que los sindicatos fuesen el germen de un nuevo orden social con autogestión obrera.
Surgen contradicciones y conflictos entre la práctica de dirigentes sindicales como Karl Legien, que aceptan la idea de que la economía y la producción son apolíticas, y la visión anarcosindicalista importada por Rosa Luxemburg, que plantea las instituciones obreras dentro
del orden burgués, como los sindicatos, como la base de un nuevo orden social, equiparándolas con las instituciones burguesas frente al Ancien Régime en las revoluciones de los ss.XVII y XVIII.
Se cita a Daniel de León, líder socialista estadounidense, quien veía a los sindicatos como la base de la república socialista, tanto en su formación como en su funcionamiento. Se resalta que la perspectiva de De León surge desde un contexto estadounidense, donde el socialismo buscaba una alternativa al orden “puramente burgués” sin restos feudales o absolutistas como los presentes en Europa. De León se consideraba libre tanto del apoliticismo anarquista o puramente sindicalista (vicios del movimiento obreroeuropeo) como de la "idiocia parlamentaria" de la derecha socialdemócrata.
La práctica de los grandes partidos socialistas europeos no se ajustaba a la visión de De León. Los sindicatos y partidos socialdemócratas, aunque vinculados, actuaban de forma independiente. Eran herramientas de autodefensa obrera dentro del sistema capitalista, más que la semilla de un nuevo orden.
Sindicatos y partidos socialdemócratas terminaron replicando la separación entre representantes y representados que criticaban en el capitalismo. Como evidencia, se presenta la "ley de hierro de las oligarquías" de Robert Michels, basada en su estudio del Partido Socialdemócrata alemán. Esta ley plantea que toda organización, incluso las de base democrática de lucha obrera, tiende a la burocratización, jerarquización y a un gobierno oligárquico que escapa al control de las bases, y que se integra en el sistema político vigente.
Michels generaliza la "ley de hierro" a todas las organizaciones, planteando el ejemplo del SPD como su extremo inicialmente más benévolo. Pero Michels no tuvo en cuenta las diferencias de clase en la dificultad de crear organizaciones democráticas, aunque él mismo dió señales de advertir cómo la oligarquización se fortalece en organizaciones de base popular. Se cita al propio Michels, primero reconociendo que la autoridad de los líderes es más restringida entre las clases altas que entre las clases bajas, quienes son más vulnerables a la oligarquización, y luego describiendo cómo el poder y la seguridad de los líderes atraen a personas talentosas hacia la privilegiada burocracia, debilitando la oposición desde las bases.
Sobre esta misma cuestión, se cita a Marx, quien en 1868 advertía sobre los peligros de la organización centralista para los sindicatos, especialmente en Alemania, donde la cultura autoritaria dificultaba el desarrollo de la autonomía obrera. Marx exageró al considerar imposible la organización centralista, pero acertó al considerarla inadecuada para un movimiento que debiera superar el sectarismo para convertirse en semilla de un orden social nuevo, capaz de incluir a todos los estratos sociales dominados.
En conclusión, la socialdemocracia, a pesar de sus aspiraciones, no cultivaba en su propia organización principios democráticos que prefiguraran un nuevo orden social. No ofrecía soluciones a los problemas de agencia fiduciaria presentes tanto en la gran empresa industrial capitalista como en el Estado burocrático.
En 1914 estalla la Gran Guerra, destruyendo las esperanzas de la socialdemocracia y demostrando la ineficacia de su retórica pacifista y antimilitarista. La presión de las opiniones públicas nacionales llevó a los partidos socialdemócratas a un patriotismo contradictorio con el dogma de los “dos mundos” y con sus ideales de fraternidad internacionalista. Esto se ilustra mediante breves citas del socialdemócrata alemán Otto Braun y del laborista británico Robert Blatchford.
Sin apenas excepciones, la capitulación política de los partidos de la II Internacional es completa, colaborando estos con sus gobiernos en la guerra, suspendiendo las hostilidades entre los “dos mundos” y aceptando la "paz civil" (Burgfrieden en Alemania, union sacrée en
Francia).
Se mencionan las excepciones de los socialistas italianos y norteamericanos, quienes mantuvieron una postura pacifista. Motivo por el que estos últimos fueron reprimidos y silenciados, mientras que el partido italiano sufrió la deserción de Benito Mussolini, quien abrazó el nacionalismo belicista.
Esto marca el final de la socialdemocracia en su forma clásica e histórica, definido como la fortaleza impermeable a la sociedad y el Estado burgueses. En la nueva etapa que comienza se cumple la predicción de Max Weber: la burocratización y la integración al sistema acabarían por dominar a la socialdemocracia, en lugar de que la socialdemocracia transformara el sistema.
En una frase: La socialdemocracia terminó reproduciendo las estructuras jerárquicas y burocráticas que inicialmente oponía y criticaba, lo que alejó a sus dirigentes de las bases y, junto a la presión de la opinión pública y el abandono de sus ideales de fraternidad pacifista, la impulsó a abrazar los nacionalismos belicistas durante la Primera Guerra Mundial. |
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