Ir al contenido principal

La condición humana: C. II.7 a III.12

Capítulo II. La esfera pública y la privada (cont.)

7. La esfera pública: lo común

El término “público” designa el mundo común a todos los humanos. Tanto el mundo de los objetos fabricados por ellos, como de los asuntos de quienes lo habitan juntos. Lo que aparece en público, cuya percepción puede ser compartida con otros, conforma la apariencia, de la cual depende por completo nuestra sensación de la realidad. 

No todo lo privado, íntimo, oculto, puede ser revelado a la esfera pública. Algunas cosas, por considerarse inapropiadas. Otras, consideradas apropiadas, pero que no pueden revelarse sin destruirlos o pervertir y desvirtuar su naturaleza (p. ej. el amor).

La existencia de una esfera pública depende por entero de la permanencia. El mundo común trasciende a nuestro tiempo vital, y es lo que tenemos en común no solo con nuestros contemporáneos, sino también con quienes nos precedieron y quienes vendrán después. Es el resguardo contra la futilidad de la vida individual. Y la permanencia de este mundo a través de las generaciones depende de que aparezca en público.

8. La esfera privada: la propiedad

La vida privada implica estar privado de cosas esenciales a una verdadera vida humana: Privado de ese mundo común de cosas, de la realidad que proviene de ser visto y oído por los demás, y de realizar algo más permanente que la propia vida.

La profunda relación entre público y privado se comprende mal en la actualidad, debido a la ecuación de los términos propiedad = riqueza. Propiedad y riqueza son de naturaleza completamente diferente. Este olvido es fácil, debido a que tanto propiedad como riqueza, en tanto que asuntos privados, son históricamente los de mayor pertinencia a la esfera pública. Han sido la principal condición para la admisión en la esfera pública y en la completa ciudadanía.

Antes de la Edad Moderna, todas las civilizaciones se habían basado en lo sagrado de la propiedad privada. La riqueza, por lo contrario, nunca fue considerada sagrada hasta la Edad Moderna - a excepción de en una sociedad esencialmente agrícola, donde la riqueza como fuente de ingreso se identificaba con el trozo de tierra donde se asentaba la familia.

En contraste, la enorme acumulación de riqueza, todavía en marcha, de la sociedad moderna, que comenzó con la expropiación, jamás ha mostrado consideración por la propiedad privada. Es más, la ha sacrificado siempre que ha entrado en conflicto con la acumulación de riqueza. No es un invento de Karl Marx, sino algo que existe en la misma naturaleza de esta sociedad, que lo privado no hace más que obstaculizar el proceso siempre creciente de la “productividad” o riqueza social.

9. Lo social y lo privado

       (p. 75) La disolución de la esfera privada en lo social lleva al descubrimiento moderno de la intimidad. Se produce la abolición de la propiedad privada en el sentido de tangible y mundano lugar de uno mismo, que se convierte en objeto de consumo. Pierde su privado valor, y adquiere un valor exclusivamente social, determinado por su cambiante intercambiabilidad, cuya fluctuación solo podía fijarse temporalmente relacionándola con el común denominador del dinero.

Se transforma también el concepto de propiedad. Deja de ser una fija y localizada parte del mundo, adquirida por su dueño, y pasa a tener origen en el propio hombre, en su posesión de un cuerpo, y la fuerza de este cuerpo (que Marx llamó “fuerza de trabajo”).

      (p. 76) Ante la desaparición de la esfera privada, lo íntimo no es un sustituto fiable. Como muestra de ello se plantean dos principales rasgos salientes y no privativos de lo privado, que preceden al descubrimiento de la intimidad:

  1. La diferencia entre lo que tenemos en común y lo que poseemos en privado radica en primer lugar en que nuestras posesiones privadas se necesitan mucho más apremiantemente que cualquier porción del mundo común. Necesidad y vida están íntimamente ligadas. Eliminar la necesidad no establece automáticamente la libertad. Solo borra la diferenciada línea entre libertad y necesidad.

  2. Las cuatro paredes de la propiedad de uno ofrecen el único lugar seguro y oculto del mundo común público, de sus sucesos y de su publicidad, de ser visto y oído. “Una vida que transcurre en público (...) se hace superficial”.

     (p.78) Desde comienzo de la Historia siempre ha sido la parte corporal de la existencia humana, todo lo relacionado con el proceso de la vida, lo que ha necesitado mantenerse oculto en privado.

10. El lugar de las actividades humanas

      (p.78) El significado más elemental de las dos esferas indica que hay cosas que requieren ocultarse y otras que necesitan exhibirse públicamente para existir. Si consideramos estas cosas, cada una de las actividades humanas señala su propio lugar en el mundo.

El resto de esta sección desarrolla en detalle el ejemplo extremo de la bondad como actividad (buenas acciones). Cuando la buena acción se hace pública, pierde su carácter de bondad, de algo hecho solo en beneficio de la propia bondad. Se convierte en acto útil como caridad organizada o como acto de solidaridad.

Capítulo III. Labor

11. “La labor de nuestro cuerpo y el trabajo de nuestras manos”

      (p.98) Esta sección comienza presentando un argumento lingüístico para sustentar la histórica distinción entre labor de trabajo. Todos los idiomas europeos, antiguos y modernos, conservan dos palabras etimológicamente independientes, pese a su uso sinónimo. Ofrece ejemplos del griego, italiano, francés y alemán. En todos ellos, la palabra referente a la labor posee connotaciones de dolor o molestia.

     (p.99) Si en la antigüedad no se trataba esta distinción, es debido al desprecio y rechazo apasionado hacia la labor, que unía ambas categorías en el mismo sector de un sistema eminentemente binario:

Familia Esfera Política
Privado Público
Esclavo Ciudadano
Oculto Digno de ver / oír / recordar
Cura privati negotii Cura rei publicae

      (p.101) Los filósofos superan incluso esta distinción, y oponen la contemplación a todas las actividades previas. La actividad política se ve degradada al rango de necesidad. El pensamiento político cristiano aceptó la distinción de los filósofos y la refinó: La religión es para la mayoría, la filosofía para los pocos.

La Edad Moderna, invirtiendo  la tradicional jerarquía, glorifica el trabajo, y lo asciende desde animal laborans al lugar anteriormente mantenido por animal rationale. Aunque no diferencia claramente labor de trabajo, elabora otras diferenciaciones:

  • Labor productiva / Labor improductiva

  • Trabajo experto / Trabajo inexperto

  • Trabajo manual / Trabajo intelectual

   (p.102) Solo la primera llega al núcleo del asunto, y forma la base estructural de la argumentación tanto de Adam Smith como de Karl Marx. En esencia, el motivo de la elevación de la labor en la Edad Moderna fue su percibida “productividad”.

      (p.103) Esta productividad no se basa en los productos de la labor, sino en el “poder de la labor” (Arbeitskraft). Por fútiles que sean sus productos, el “poder” humano no queda agotado cuando ha producido los medios para su propia subsistencia. Es capaz de producir un “superávit”, y puede canalizarse de forma que la labor de unos baste para la vida de todos.

       (p.104) En una “humanidad socializada” por completo, cuyo propósito es mantener el proceso de vida, todo el laborar es “productivo”, y todas las cosas se convierten en objetos de consumo. En ella, la distinción entre labor y trabajo desaparecería por completo.

La segunda distinción, entre trabajo experto e inexperto solo señala grados y cualidades, y por lo tanto no es válida para distinguir o categorizar. Por este motivo no desempeña papel alguno en la economía política clásica ni en la obra de Marx. Esto se ve reforzado por el hecho de que la división del trabajo tiende a abolir el trabajo experto y la habilidad individual, sustituyéndolos en el mercado de trabajo por la compraventa del “poder de la labor”, del que todo ser humano posee aproximadamente el mismo.

La tercera y muy popular distinción entre trabajo manual e intelectual está fuertemente ligada a la productividad. El puro pensamiento no deja nada tangible y requiere siempre de algún grado de trabajo manual para manifestarse en algo tangible.

12. El carácter de cosa del mundo

      (p.107) La auténtica diferencia entre labor y trabajo se basa en el carácter mundano de la cosa producida (lugar, función, tiempo de permanencia en el mundo), y no en la actitud subjetiva o actividad del trabajador, como proponen tanto las distinciones antiguas como modernas vistas en la sección anterior.

  • Los productos del trabajo son considerados parte del mundo y garantizan la permanencia y durabilidad de este mundo de cosas duraderas. Estos se usan (objetos de uso).

  • La labor produce bienes que aseguran la supervivencia, pero sin propia estabilidad. Estos se consumen (bienes de consumo)

      (p.108) El uso de los productos del trabajo lleva a acostumbrarnos. Origina la familiaridad del mundo, sus costumbres y hábitos.

En el extremo opuesto, los productos de la acción y del discurso forman el tejido de las relaciones y asuntos humanos. En sí mismos carecen de tangibilidad, son menos duraderos y más fútiles que los que producimos para consumo. Su realidad depende de la presencia de otros que ven y atestiguan de su existencia. Para convertirse en cosas mundanas, y por tanto para su realidad y existencia, han de ser:

  1. Vistos, oídos y recordados, lo que requiere la presencia de otros.

  2. Transformados en cosas, lo que requiere la transformación de lo intangible en cosas tangibles.